5/11/2025 Forum Libertas. En esta tercera vía se encuadran los cuidados paliativos, que buscan que el paciente viva lo mejor posible, conociendo los límites y la fragilidad humana #cuidadospaliativos.
Todos los días hay personas que mueren. Y personas de edades muy variadas, e incluso niños. No pretendo recordar este hecho de modo macabro, sino como una constatación que a veces olvidamos con demasiada facilidad: la muerte forma parte de la vida, de la vida de cada día.
La medicina, y nuestra relación con la medicina, no debe pasar por alto esta obviedad. Hay muchas enfermedades leves, y muchas otras se pueden curar. Pero antes o después la muerte tocará a nuestra puerta y cambiará nuestra vida, la finalizará, al menos en su etapa terrena; tema aparte es la fe religiosa, y la consciencia y anhelo de inmortalidad.
Ante la muerte, y desde una perspectiva médica, caben tres actitudes principales.
La primera es la negación, o la idea utópica de negarla.
En la práctica médica, o en lo que pedimos a los médicos, esto se traduce en la “obstinación terapéutica”. No puede ser que esta persona, este niño, este ser querido, se muera. Y la medicina tiene que hacer todo lo posible, incluso más allá de lo razonable, para que continúe la vida de esta persona.
Este empeño, más allá de lo razonable, puede desembocar en un sufrimiento mayor para el paciente, el enésimo tratamiento que sabemos que no va a significar mucho en tiempo de vida para el paciente. Se multiplican las pruebas, las cirugías, los tratamientos. ¿Para qué? Tal vez solo para satisfacer el deseo del médico, o de los familiares, y para ocultar el miedo a aceptar los límites de la medicina. Dicho coloquialmente, “nos pasamos cuatro pueblos” en tratamientos agresivos para conseguir, tal vez, una semana más de vida. Una semana más, y mucho más dura.
La segunda actitud es el fruto del cálculo frío, materialista, en clave productiva.
“La persona ya está sufriendo mucho”, decimos, y es mejor darle una “muerte digna”, eutanasiarla. Pero, ¿realmente sabemos lo que la persona está sufriendo? ¿O somos nosotros, familia, médicos, sociedad, los que estamos sufriendo al constatar que la vida se acaba, que somos dependientes y vulnerables?
Se recurre con facilidad a la “calidad de vida” del paciente, incluso a evaluaciones científicas de esta calidad de vida. Sin embargo, estamos ante un concepto que puede ser peligroso, y por sí mismo es subjetivo y relativo.
Hablamos de “calidad de vida”; pero es la calidad de vida según el médico, especialista científico y analista de la salud, según el paciente, o según la familia y el entorno cercano del paciente.
En un estudio científico realizado en el Hospital Gregorio Marañón preguntaron a una paciente de edad avanzada, y movilidad reducida (estaba en silla de ruedas) que cuantificase su calidad de vida, de 0 a 10. “Ocho”, fue su respuesta, ratificada también ante la insistencia del médico. “Me quieren mis hijos y nietos, y soy feliz”
La tercera actitud, y la más acorde con nuestra naturaleza humana, es una actitud de cuidado integral del enfermo, y de su entorno.
Es ocuparse del cómo, de cómo puede vivir mejor este paciente, más que del cuánto, cuántos días o semanas, y “perdiendo” cuánto dinero y trabajo. En esta tercera vía se encuadran los cuidados paliativos, que buscan que el paciente viva lo mejor posible, conociendo los límites y la fragilidad humana.
Nos acordamos de la fragilidad cuando estamos enfermos, y cuando vivimos al lado de un enfermo. Sin embargo la fragilidad es una condición básica de nuestra realidad humana, de nuestra naturaleza. Somos esencialmente vulnerables, dependientes. Y somos más humanos en la medida que más necesitamos de los que nos rodean, y más ayudamos a aquellos que nos rodean. No somos tanto como creemos: somos simplemente seres humanos, y como tal nos necesitamos unos a otros.
El doctor Ricardo Martino, paliativista pediátrico, recuerda una de las grandes lecciones que le dieron las matronas de su hospital: el recién nacido, cuando nace, necesita que le sequen, que le cuiden, y que le den calor. Esa es su “enfermedad”: necesita que le cuiden. Y esa necesidad le va a acompañar todos los días de su vida, viva 1 mes o 100 años.
Es cierto que estos grandes profesionales, los médicos paliativistas, son impopulares. En muchas ocasiones, cuando llegan a una habitación por primera vez, les ponemos una aureola negra, triste, de oscuridad. Pero hacen su trabajo, muchas veces oculto y sufrido, y luego la familia constata el buen trabajo realizado: llenar de vida esos duros días del paciente que ve acercarse la muerte a grandes pasos, y que siente un temor inmovilizador ante esa realidad desconocida.
