La Iglesia, una «democracia» peculiar

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ReL. Hhay muchas realidades en la sociedad que no son democráticas, y eso no significa que sean malas, ni que sean buenas.

Habemus papam. Durante las últimas horas el mundo entero, y de modo especial los más de 1.400 millones de católicos, hemos estado pendientes del cónclave, de la elección de estos 133 cardenales, instrumentos del Espíritu Santo. Un medio generalista calificaba esta elección como “la elección menos democrática”. Es cierto que se elige por dos terceras partes, pero los electores, todos varones, no representan democráticamente, por elecciones previas, la representatividad de los miles de católicos; así explicaba este medio. Y tiene parte de razón.

La Iglesia, ciertamente, no es una democracia al estilo de los gobiernos actuales. Los gobiernos actuales tampoco son tan perfectos y representativos de todos los habitantes de cada país. Es mejor que una dictadura, por supuesto, para hay muchas tensiones y presiones de unos grupos y otros, entre unas opiniones y otras. Sin embargo hay muchas realidades en la sociedad que no son democráticas, y eso no significa que sean malas, ni que sean buenas

La ley de la gravedad, por ejemplo, no es fruto de una elección democrática, de una gran votación en la que consiguió más síes que noes. La ciencia tiene sus leyes, que descubrimos y explicamos, pero que no son democráticas. Y nadie critica estas leyes por no ser democráticas. Si a un científico le convence una de estas leyes, investigará, buscará e intentará demostrar, con hechos y evidencias, que esa ley no funciona. Pero en ningún caso solicitará una elección universal para cambiar dicha ley.

La Medicina tampoco tiene ese carácter democrático, de elección por mayoría. Se habla, con una cierta utopía, de que se establece una relación entre iguales, entre el médico y el paciente. Pero la realidad es distinta: el médico tiene mucho más conocimiento sobre la enfermedad del paciente, anatomía, fisiología, etc. Y el paciente, precisamente por su enfermedad, tampoco está en la mejor situación para decidir con una libertad absoluta. Esto no significa que el médico pueda hacer lo que quiera, imponiendo su voluntad sobre la del paciente. Pero tampoco puede negociar, como lo hacen desiguales que firman un contrato. La medicina no es democrática, y no por ello es criticable.

La familia y la educación tampoco es un campo plenamente democrático, al estilo de unas “elecciones generales”. El padre, el docente, sabe más, tiene más experiencia, y su criterio tiene más peso que el del hijo o el del estudiante. Es cierto que no debe abusar de esa posición “prevalente”, ni abusar de su autoridad. El contenido de un curso, de unas clases, no puede venir impuesto sin más por la mayoría (numéricamente mayor) de los estudiantes. Hay universidades que han cometido este error, y los resultados, de cara a la formación de los estudiantes, han aumentado el empobrecimiento humano de la sociedad.

La Iglesia tampoco es democrática, al estilo de elecciones y mayorías. Sabemos, por nuestra fe, que tenemos al mejor gobernante, el Espíritu Santo, que actúa con mediaciones humanas, pero que gobierna con sabiduría divina. Es de sabios y prudentes reconocer que no conocemos todo, que no somos perfectos en nuestro proceder. Esto no significa un sometimiento infantil, pueril, sin pensar las decisiones de quien tiene autoridad. Y este pensamiento, esta reflexión, no excluye presentar sus dudas y opiniones ante lo mandado.

Seguimos celebrando la Pascua, y uno de los símbolos pascuales por excelencia nos recuerda este modo que tiene Dios de gobernar la historia. El cirio pascual tiene grabada una cruz, la cruz de Cristo, rodeada por dos letras griegas, alfa y omega, la primera y última letra del alfabeto griego. Estas letras nos recuerdan que Cristo, desde su cruz, está presente en todas nuestras palabras, en todas nuestras acciones, en todos los hechos de la historia humana.