ReL. Danna Paola Segura recorre el mundo impartiendo ponencias y relatando su testimonio de vida cristiana con atracción por el mismo sexo.
Danna Paola Segura es una joven mexicana de Monterrey que hace años, habiendo tocado fondo y tras un intento de suicidio, tuvo que decidir. Tras un tiempo de buscar “lo mejor de los dos mundos”, el de la vida homosexual y la fe cristiana, fue consciente de que estaba perdiendo su identidad e incluso su mismo sentido. Podía seguir en un “círculo vicioso”, buscando llenar el vacío del abandono con otras chicas, o dejar de considerarse una víctima, sanar y ayudar. Hoy es llamada desde muchos lugares para escuchar, acompañar y relatar una historia de sanación que no solo le llevó a dominar su atracción por personas con el mismo sexo, sino que, en su particular forma de verlo, sería lo que más le acercaría a Dios.
Hoy, Danna considera sus vivencias como “una bonita historia de amor regalada por Dios” que, sin embargo, surge de una infancia difícil con sus padres.
Con ocho años Danna se enteró de que había sido abandonada por su padre biológico y algún tiempo después fue consciente de su atracción por otras chicas.
“Me iré al infierno”
Comenzó así la primera etapa de un camino que define con un pensamiento que de forma recurrente le rondaba la cabeza: “Me iré al infierno”.
Cuenta que es lo primero en que pensó al ser consciente de su atracción. Estaba convencida de que la sacarían de sus grupos parroquiales, de su casa… Pero cuando se lo dijo a sus padres por primera vez, solo recibió en respuesta cierta aceptación combinado con la creencia de que, a su edad, no sabía realmente de lo que estaba hablando.
Hoy, recuerda la culpa con la que miraba su atracción por otras chicas y se muestra convencida de que “sentir una atracción no es motivo de condenación”, siempre que quien la sienta “busque realizar la voluntad de Dios en sus vidas”.
Homosexual y católica practicante, ¿lo mejor de los dos mundos?
Conforme crecía, su primera etapa de culpa vino seguida de otra en la que buscó vivir “lo mejor de los dos mundos”, el de la fe y el de su homosexualidad.
Cuenta que comenzó en el periodo de preparación a la Universidad y se extendió durante tres años. Danna iba a misa, de misiones, rezaba el rosario e iba a adoraciones al Santísimo. Y, al principio, no encontraba nada que le impidiese tener novias. “Dios no me va a juzgar por quién ame, sino por cómo ame a las demás personas”, se decía.
Era el día de su cumpleaños cuando tomó la resolución de hablar nuevamente con sus padres. Pero ahora sería presentándoles directamente a su novia.
“Fue una revolución. Hacía un mes que mi madre se había convertido y su vida cambió por completo en un retiro, su forma de ver el mundo, a sí misma… Para ella fue un shock: tuvo que procesar en tres días lo que yo había procesado en años”, comenta Danna. Al principio, pensó que su madre rompería la relación, no hablaron durante días y el conflicto interno de la joven no hacía sino aumentar. Especialmente en torno a su fe.
“Mi mente me decía que estando con una muchacha sería feliz, pero mi corazón me preguntaba si esto me estaba llenando o quitando mi identidad. Ni si quiera sabía quien era yo. ¿Cómo iba a compartir [una relación] con alguien si ni si quiera se quien soy yo?”, se planteaba.
Tocando fondo: «Ni siquiera sabía quién era»
Por aquel momento era 2018, Danna estaba enferma y las discusiones con su familia empezaban a ser habituales. “Si no me quieren, entonces me voy”. Sin pensarlo más, Danna cogió buena parte de sus medicamentos y los consumió por completo, buscando terminar con todo y castigar así a su familia.
Todo quedó en una tentativa. Pero su familia fue consciente de hasta qué punto “había tocado fondo”. Si no quieres llorar más, le dijo su madre, “pídele a Dios, no tienes nada que perder”.
La joven siempre trató de mantenerse cerca de su fe, o al menos, no culpar a Dios. Aquella falta de rencor le permitió seguir el consejo de su madre prácticamente de inmediato, cerró los ojos y solo pidió que aquel sentimiento de conflicto terminase. “Y fue como cerrar una llave, dejé de llorar y sentí una gran tranquilidad”, relata.
Pero las relaciones con otras chicas continuaban. Y mientras, cuenta Danna, “sentía que me vacaba cada vez más, olvidaba quien era, estaba dejando de ser yo”.
Miedo a estar sola
Uno de los puntos de quiebre que recordaría de mayor relevancia en su camino fueron las palabras de una amiga en respuesta al miedo de Danna de estar sola:
- “Muchos casados que se suponen acompañados se sienten solos, y muchos que aparentemente están solos, se saben acompañados”.
Para ella, aquel comentario tuvo una relevancia tal que la llevó a cortar lazos con otras relaciones e iniciar un proceso por sí misma de silencio y reflexión, buscando tomar las riendas.
En un retiro de sanación, la joven fue consciente de sus múltiples heridas de la infancia y concretamente del peso que tuvo en ella el abandono de su padre biológico.
“Me hizo pensar que los hombres son malos y que no era digna de su amor”, cuenta la joven, admitiendo su promesa de no volver a salir con hombres. “Me harían daño, me abandonarían o me dejarían. No quería estar con ellos”, pensaba.
Pero ahora era consciente de su dolor y sus heridas, y podía elegir.
Lo que buscaba en otras chicas lo encontró en el Santísimo
Danna comenzó a comprometerse en las reuniones parroquiales y daba sus primeros pasos como misionera mientras seguía buscando otra chica con la que salir, sin que llegase el momento de “aceptar la soledad”.
“Mi cabeza me decía que, estando con ella, me iba a sentir feliz, pero no me sentía plena. Eso me causaba conflicto”, recuerda.
Un conflicto que empezó a dar muestras de concluir en una adoración. La joven estaba ante el Santísimo cuando, analizando su percepción, comprobó que se encontraba feliz. En paz.
“Lo que pensaba que debía sentir estando con cualquier chica lo sentí estando con Él, me sentía plena y encontré ese amor por mí, por mis hermanos y por Dios. Entonces tú –Dios– eres como el amor de mi vida”, pensó, llegando a una conclusión definitiva, la de que “no se trataba de tener lo mejor de los dos mundos porque yo ni siquiera soy de este mundo. Estoy llamada a estar con Dios porque es el único que va a poder llenar este vacío dentro de mí”.
Fue en ese preciso momento cuando la joven conoció Courage, un apostolado de acompañamiento y comunidad para personas con atracción por el mismo sexo que viven coherentemente su fe. Le impactó el mensaje de la organización, dedicada a transmitir que teniendo atracción por mismo sexo también se puede llegar al cielo y a la santidad. Especialmente gracias a los sacramentos, las amistades y la comunidad.
“Es lo que se me hizo más interesante. Poder tener un espacio donde más hermanos que aman y experimentan lo mismo podamos hablar. Te das cuenta de que no eres el único, puedes compartir experiencias, reírte y llorar. Se vuelven una familia”, celebró.
Sanando con la cercanía de Dios
La sanación definitiva de Danna llegó cuando, durante una fase del acompañamiento, el sacerdote le impuso las manos y percibió un mensaje dirigido a ella: “Dana, eres mi hija amada y jamás te voy a abandonar”.
Entender en carne propia el sentido cristiano de la cercanía radical de Dios y su relación personal con los fieles fue crucial en su proceso de sanación de unas heridas marcadas precisamente por su abandono paterno. “Entendí que era amada por él y lo que había hecho por mí. Su misericordia me fue revelada por medio de la sanación y así es como experimenté el amor de Dios”, comenta.
La cruz no se carga sola: compañía, ayuda y escucha
La joven empezó a coordinar el capítulo de Courage en Monterrey y, desde las redes, eran muchos los que solicitaban su testimonio o simplemente su escucha, lo que considera uno de los principales elementos para poder llegar a conocer, sanar, ayudar y acompañar a las personas con atracción por el mismo sexo.
Hoy, admite que ha “avanzado mucho” en su camino de sanación y conocimiento de Dios e incluso de ella misa, pero cree que es un camino que no debe hacerse solo. “La cruz no se carga sola”, comenta, “y reconozco que este camino no se puede hacer solo. Es imposible. Es mejor hacerlo en comunidad”.
Hablando de esa comunidad, agradece que si sanó fue por una gracia de Dios que se manifestó precisamente a través de la comunidad, de muchas personas entre las que menciona a sus profesores, abuelos, sacerdotes, amigos… Uno de ellos le preguntó una vez por la persona que más le había ayudado y qué cualidad tenía.
“Esa cualidad que tenía Dios conmigo a través de todas estas personas es la paciencia. Él es paciente conmigo, y estamos llamados a ser pacientes con los demás, al ver al otro que está sufriendo y ayudarlo a cargar su cruz. Me gusta mucho decir que la cruz nunca se va a cargar sola. Todos estamos llamados a ser el Cireneo. Y la homosexualidad no es la cruz que yo cargo sino el camino que me va a llevar al cielo”, concluye.