La cultura actual, y un racionalismo malentendido, nos empujan a pensar que somos “lo que queremos ser, más allá de lo que dice el cuerpo”. Nuestro saber ha ido progresando tanto, o eso nos quiere hacer creer, que somos capaces de vencer y superar casi cualquier limitación física. Sin embargo, son numerosas las leyes físicas que siguen siendo plenamente vigentes. Si sueltas una manzana un metro del suelo, la manzana se cae. Como dicen muchos jóvenes: obvio.
No somos seres desencarnados, o sea, sin carne, sin cuerpo, sin una realidad física que forma parte de nosotros. Contra facta non sunt argumenta, o sea ante el hecho de que la manzana se cae cualquier ideología mínimamente realista o puede argumentar más. Y digo mínimamente realista, porque si vivimos en el mundo del puro idealismo poco podemos hacer. Como decía cierto filósofo, ante el idealista el argumento más simple es darle una bofetada, suavecita y con cariño. Sentirá que mi mano física se ha puesto sobre su cara, causando un dolor físico. Y tiene dos opciones: o acepta la realidad física, o no protestará por el dolor físico causado, arguyendo que no existe.
El ser humano, queramos o no, tiene cuerpo y alma, o un principio físico y otro trascendente, inmaterial, espiritual. Y si es importante el espíritu, también lo es el cuerpo. Ambas partes deben ser escuchadas. Y si los deseos, las aspiraciones, los ideales son importantes, también es importante el sujeto físico, biológico que los percibe. Caminamos tras el ideal encarnado de un espíritu encarnado, y solo con ambas piernas podremos avanzar.
Pero aterricemos estas ideas en problemas concretos, en situaciones de cada día, en nuestra salud cotidiana.
Uno de estos campos es el espinoso campo de la cirugía estética. Un paciente desea una intervención en este campo; ¿es correcta? ¿Se debe descartar apriorísticamente? La respuesta no es sencilla. Entra en juego su parte física y su parte espiritual, su ideal, su idea de sí mismo. Y analizando ambas partes se llegará a un resultado bueno para todo su ser. Si a una mujer le han extirpado un pecho, o a una persona le han tenido que cortar una mano, muy probablemente esté justificada la intervención. Pero si la causa principal está en una visión desequilibrada de realidad (me veo feo con este cuerpo) habrá que confrontar el deseo del paciente, su percepción de la realidad, y su realidad física. Y analizando ambas patas se puede postular la mejor opción para el paciente.
El caso es más evidente en la anorexia. El paciente se percibe obeso, pero la realidad dista mucho de ser así; con frecuencia estos pacientes están muy por debajo del peso mínimo. Y la actuación médica se enfoca más en la parte física que en el deseo, en la percepción subjetiva, que el paciente expresa. En estos casos nunca estaría legitimada una reducción de estómago, por ejemplo, sino una terapia psicológica o psiquiátrica.
Demos un paso más, manteniendo la misma lógica. ¿Por qué un médico debe recetar rápidamente inhibidores hormonales a una adolescente que afirma estar en desacuerdo con su cuerpo físico? El modo de afrontar este problema, igual que el de la anorexia, requiere un análisis complejo, calmado y profundo. Y dar al paciente lo que pide, de modo acrítico y sin un análisis prudente y pormenorizado, puede constituir un muy flaco favor ante el sufrimiento del paciente, sobre todo del menor adolescente.
La salud mental es compleja, cada vez somos más conscientes de ello, pero es compleja, sobre todo, porque es la salud psicofísica de un espíritu encarnado. La misma evidencia científica cada vez nos aconseja más ser prudentes en este tema. Existen muchas causas cruzadas, y en estos temas prima un análisis y diagnóstico completo. Se sabe que en muchos casos esta incomodidad con el propio sexo termina ajustándose antes de que finalice la adolescencia. Cada vez son más los países que están cambiando sus protocolos de actuación, porque han visto que la respuesta rápida, acomodada a la voluntad cambiante del adolescente, empeora las cosas en lugar de mejorarlas.
Y en estos análisis, aprendamos de los buenos fontaneros: una filtración de agua no se soluciona pintando la pared, ni repintándola rápido para que no se vea. Muchas veces será necesario picar para ver el origen de la filtración, el poro de la tubería que deja salir el agua. Ahí es donde hay que actuar, y después, cuando todo esté bien cerrado y bien seco, ya se pintará la pared. Quitada la causa, decían los clásicos, cesa el efecto. O en lenguaje más coloquial, ”muerto el perro se acabó la rabia”.