
ReL. Cuando hay este “círculo virtuoso” el diálogo es útil; de otro modo, estamos antes dos seres que desarrollan discursos paralelos, aunque casualmente esté sentado uno al lado del otro. En el primer caso hay diálogo; en el segundo, dos monólogos paralelos.
El lenguaje es una de las características más específicas del ser humano. No es mera acción-reacción entre dos animales, o entre un animal y su entorno, como puede ser un ladrido o un maullido. El lenguaje es algo más; en su base hay un proceso de abstracción, de generalización de un concepto (una silla) y la denominación de ese objeto con una palabra, independientemente de que la silla sea grande o pequeña, de madera o de piedra, con muchos adornos o con una simplicidad absoluta.
Pero esa capacidad tan específica del hombre, su hablar utilizando un lenguaje, requiere un aprendizaje. Un aprendizaje intelectual, lingüístico, y un aprendizaje humano. Y aquí se encuentra el gran consejo de psicólogo que he plasmado en el título.
La idea expresada en el título de este artículo, hablar para que te escuchen, escuchar para que te hablen, no es mía, está inspirada en un libro de Adele Faber y Elaine Mazlisch, titulado Cómo hablar para que los adolescentes escuchen y cómo escuchar para que los adolescentes hablen. Faber y Mazlish son dos psicólogas expertas en comunicación personal. Han impartido muchos talleres trabajando la comunicación con niños y adolescentes, y fruto de esos talleres, y de su gran experiencia, nació el libro antes citado. Un libro que no es solo para mejorar la comunicación con los niños y adolescentes, sino para mejorar cualquier comunicación humana.
Ordinariamente, este hablar y escuchar, esta comunicación humana, se plasma en un diálogo. Un hecho humano con mucha tradición. Baste recordar a uno de los grandes padres del pensamiento, el filósofo Platón. Vivió hace 25 siglos, y su método de reflexión, de comunicación, de conocimiento de la realidad, es precisamente el diálogo: dos personas hablan y exponen sus ideas, probablemente distintas e incluso contrarias. Y en esa ida y vuelta del diálogo, del pensamiento conjunto, avanzamos en el descubrimiento de la verdad.
Cinco siglos después, Jesucristo, que se mostró como la Verdad, no rechazó este método del diálogo. En el evangelio tenemos algunos sermones suyos, algunas enseñanzas, pero también tenemos muchos diálogos, muchos momentos en los que alguien habla a Cristo, Cristo le responde, y el interlocutor sigue interactuando, respondiendo. A modo de ejemplo, pensemos en Juan 4, y el diálogo con la samaritana. Ambos hablan, pero ambos escuchan, y precisamente porque ambos escuchan el diálogo sigue adelante, la relación entre ambos crece, se entrelaza. Y el que es la Verdad ayuda a su interlocutor a acercarse a la Verdad, a la Vida, a la Felicidad.
Más de mil años después otro gran intelectual destacó en el uso de este diálogo: Santo Tomás de Aquino. El esquema básico de su gran obra, la Suma Teológica, es precisamente este: hacerse una pregunta (una quaestio, dirán los escolásticos), escuchar las posibles respuestas, analizarlas juntos, y llegar, gracias a ese diálogo con las distintas opiniones, a una conclusión, expresada con su famoso Respondeo dicendum quod.
Podríamos citar a muchos más santos y pensadores. Y hasta cualquier psicólogo actual, ya sea de inspiración freudiana, cognitivo-conductual o personalista, en su práctica diaria, deben, sobre todo, escuchar con atención a sus pacientes, atenderles y orientarles en su situación concreta, ayudarles incluso a descubrir sus heridas. Pero eso no se logra simplemente hablando, sino escuchando al otro, invitándole con la propia actitud a que hable, a que abra su corazón, sus preocupaciones, sus anhelos.
En el diálogo no todo es automático ni obvio. Para entender bien al otro tengo que conocer su lenguaje, la gramática y sintaxis de ese lenguaje. Puedo escuchar a una persona que hable en chino, pero si no sé chino difícilmente entenderé, en detalle y con precisión, lo que me quiere decir, más allá de cosas obvias y simples (tengo hambre, me duele la pierna y alguna cosa más). Pero además de conocer esa gramática lingüística, tengo que conocer y practicar una gramática humana, la gramática del respeto, la escucha y la empatía. Tengo delante de mí a una persona que tiene ciertas opiniones; pero más importante que sus opiniones (lo que tiene) es su ser persona (lo que es). Con esa base sí le escucharé provocando que él siga hablando, y que a su vez me siga escuchando.
Cuando hay este “círculo virtuoso” el diálogo es útil; de otro modo, estamos antes dos seres que desarrollan discursos paralelos, aunque casualmente esté sentado uno al lado del otro. En el primer caso hay diálogo; en el segundo, dos monólogos paralelos.