
ReL. Las fotografías nos cambian cuando las hacemos verdaderos recuerdos que se incorporan y procesan en el corazón.
Estamos empezando el curso en el hemisferio Norte y parece que hay muchos inicios, o reinicios. Los niños y adolescentes empiezan sus clases, igual que los universitarios. Se vuelven a llenar las oficinas, los lugares de trabajo. E incluso para muchos buscadores de trabajo se reactivan ofertas y posibilidades laborales. Una de las palabras que más suena es “volver a la rutina”.
Algunos identifican esa rutina con una repetición cansina de ciertos actos, un aguantar pesadamente hasta que podamos tener unas nuevas vacaciones. Para otros esa rutina se identifica más con un tiempo de mayor orden y disciplina, de mayor exigencia en el uso del tiempo, para a la vez de un nuevo periodo para seguir creciendo en metas e ideales. Una rutina aburrida para unos, y una rutina ilusionante para otros.
Durante este reempezar, una de las actividades más frecuentes es repasar, solos o en compañía, las numerosas fotos que hemos hecho durante las vacaciones. Las redes sociales se han llenado estos meses, aún más, de numerosas imágenes, fotos y vídeos. Eso sí, vídeos cortos, porque “hay que ver muchas cosas, hay que vivir mucho, hay que hacer mucho”. Y ante ese nuevo estrés que nosotros mismos nos generamos surge la pregunta: ¿de verdad hay que hacer mucho, hay que ver mucho? ¿Qué nos aportan esas numerosas imágenes, esa abundancia, a veces desmedida, de fotos e imágenes? ¿Es un mero entretenimiento visual, temporal y mental, o nos aportan algo más en nuestra vida?
Juan Pablo II, ese gran Papa que marcó la adolescencia y juventud de tantos adultos, repetía con mucha frecuencia que lo importante no es tener (tener fotos, tener imágenes); ni siquiera es hacer. Lo importante es ser, vivir, amar, y mientras somos, vivimos, amamos, vamos haciendo cosas, viendo, escuchando, actuando, moviéndonos aquí y allá.
Al Papa Francisco le gustaba usar un símil más lingüístico, más filológico. Lo importante es el sustantivo, la persona que soy, no el adjetivo, alto, bajo, guapo, fotogénico o bueno para formar parte del paisaje, siempre que aparezca de espaldas o de lado.
Las fotografías, cada vez más abundantes, se tienen. A veces incluso se tienen en algún sitio que ya no sabemos cuál es. Pero ellas solas no nos hacen mejores, no nos hacen crecer. Podríamos decir que es el consumismo de los pobres: no podemos tener mucho dinero, muchos bienes materiales, pero podemos tener muchas fotografías, muchas imágenes.
Las fotografías nos cambian cuando las hacemos verdaderos recuerdos. Recordar no es un mero acto repetitivo de la memoria, una repetición, a veces nostálgica, de imágenes pasadas que reaparecen rápidamente en tu imaginación, y a esa misma velocidad desaparecen. La palabra recuerdo, recordar, viene del latín, re-cor, o sea, duplicar el cor, el corazón, en esa realidad que recordamos.
Recordar es volver a pasar algo, una foto, una experiencia, un paisaje agradable, por nuestro corazón. Y en ese centro vital esa imagen hace resonar una experiencia, la experiencia de la belleza artística, de la belleza humana, de la belleza del amor y la amistad. Recordar es la actitud contemplativa de aquella que es tan festejada en estos días de septiembre, la Virgen María. Y ella conservaba estas cosas en su corazón (cf. Lc 2, 19), dándole vueltas, recordando, pasándolas una y otra vez por el corazón.
En este “volver al corazón” nos puede ayudar mucho la última encíclica del Papa Francisco [Dilexit Nos], una encíclica sencilla, fácil de leer, pero a la vez profunda, un texto para este mundo de hoy, que parece haber perdido el corazón, la profundidad del amor. En su primer capítulo, La importancia del corazón, explica por qué es necesario «volver al corazón» en un mundo en el que estamos tentados de «convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado».
El Papa señala que la actual devaluación del corazón proviene del «racionalismo griego y precristiano, del idealismo postcristiano y del materialismo», de modo que en el gran pensamiento filosófico se han preferido conceptos como «razón, voluntad o libertad». Y al no encontrar lugar para el corazón, «ni siquiera se ha desarrollado ampliamente la idea de un centro personal» que pueda unificarlo todo, a saber, el amor.
Este inicio de curso es un buen momento para empezar desde el corazón, para recordar lo más básico de nuestra vida: existimos porque Alguien nos ha amado, y sólo sabiéndonos amados y respondiendo a ese amor nuestra vida será algo más que una rutinaria sucesión de actos, aguantando hasta las próximas vacaciones, hasta la próxima fiesta.