
ReL. El encuentro con el Dios encarnado, que en este siglo reclama la importancia del cuerpo, de lo material, del «recto materialismo».
¿Vivimos en un mundo materialista, que prioriza lo material por encima de todo? ¿Un mundo fisicista, tangible, «corporalista», que prioriza el cuerpo por encima de todo? La respuesta puede parecer evidente, pero cada vez tengo más dudas, no sé qué responder.
En los últimos años están disminuyendo, de modo notable, las relaciones sexuales entre los jóvenes. Podríamos concluir de aquí que hay poco materialismo, que cada vez importa menos el cuerpo, el cuerpo físico. Es cierto que a la vez que disminuyen las relaciones sexuales aumenta la pornografía, lo que algunos llaman la pornocultura… Aunque creo que la pornografía tiene un carácter materialista más refinado, más visual y menos corporal.
Cuando vemos actuaciones relacionadas con muchos temas importantes y delicados relacionados con la vida parece que el materialismo brilla por su ausencia. El aborto, por ejemplo, superpone el «problema» de la madre, que habrá que gestionar correctamente, con el dato evidente, material, de la fisicidad de una vida humana. El materialismo, y la ciencia, no pueden negar que en ese feto de 10, 12, 15 semanas, existe una vida física.
Lo mismo pasa si nos confrontamos con la «fluidez de género«. Confrontarse es ponerse delante, mirar una realidad que tiene varias dimensiones interpretativas, y tratar de congeniar las diversas dimensiones. El materialismo priorizaría la parte física, biológica, pero la cultura que se nos quiere imponer hace lo contrario: dar un valor único, definitorio, a la percepción subjetiva del usuario.
¿Nuestra cultura es materialista o antimaterialista? ¿Ha vuelto a imperar a sus anchas el idealismo platónico, para el que el cuerpo es una carcasa relativa, subjetiva y negativa, con la que podemos hacer lo que queramos?
Vemos la misma contradicción en la tecnología, revolucionada últimamente con la inteligencia artificial, que tiene poco de inteligencia y mucho de artificioso. Lo principal parece ser el progreso tecnológico, virtual. Una filotecnología que nos aproxima cada vez más al post-humanismo con su mezcla hombre-máquina. ¿Dónde quedó el encuentro físico? A otro nivel, es un ejemplo paralelo a la disminución de relaciones sexuales comentada más arriba.
Sin embargo, nuestra religión cristiana reclama el valor de lo material, del «recto materialismo». Su centro es un Dios encarnado, «corporeizado», que ha asumido la materialidad de su creatura. Es curioso: Dios, el Ser Supremo y espiritual por antonomasia, nos está recordando la importancia de lo material, de lo corporal. «Y el Verbo se hizo carne, y habitó nosotros».
El cristianismo va más allá del judaísmo, centrado en la promesa liberadora de Yahvé. Va también más allá del islamismo, centrado en la doctrina del gran profeta (Mahoma) y en la sumisión a ese Dios Altísimo. El cristianismo es la religión de un Dios encarnado, hecho hombre, que sale al encuentro del hombre, hombre de carne y hueso. Se ha encarnado, y sigue siendo hombre, de modo sublime, pero hombre. Jesucristo vive en un cuerpo, cuerpo glorioso, pero cuerpo real.
Afirma claramente que «su reino no es de aquí» pero le importa y le preocupa el aquí, el aquí y ahora. Por eso tocaba a muchos enfermos de los que curó. Tocaba físicamente, e incluso tocaba la parte enferma (por ejemplo los ojos) untándolos con algo material, con barro. Tocaba, y se dejaba tocar, se conmovía, lloraba. Siempre me ha llamado la atención que hay un versículo completo que simplemente dice eso: «Y Jesús lloró» (Jn 11, 35).
En el mundo material es clave la interrelación material entre las cosas. Si no hay relación, relación material, nos convertimos en mónadas, esa especie de islas que navegan no se sabe dónde ni cómo. Si hay relación hay encuentro. Y si hay encuentro, hay cristianismo, hay verdadera fe.
Recobra aquí importancia el texto de Benedicto XVI. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est 1). Es el encuentro con el Dios encarnado, que en este siglo reclama la importancia del cuerpo, de lo material, del «recto materialismo«.