Buenos modales: una llave maestra para cambiar el mundo

Misión. Ya no sorprende a nadie comentar que hoy la cortesía y las buenas formas atraviesan una profunda crisis en todos los entornos. Incluso, en el lugar del afecto y el cuidado por excelencia: la familia. 

¿Te ha pasado que cada vez con mayor frecuencia al entrar a un ascensor y saludar no has sido correspondido? ¿Y lo mismo cuando saludas a un vecino en la escalera?… ¿Has sido testigo de cómo en el metro ya la gente no cede su asiento a una persona mayor o a una embarazada? Si las respuestas son afirmativas, tanto a estas como a un sinfín de situaciones similares, es que estás percibiendo cómo se va generalizando una crisis que urge atajar: la de los malos modales. No es un fenómeno nuevo, pero sí creciente y que llega hoy a niveles preocupantes, porque los buenos o los malos modales no tienen únicamente una dimensión individual, marcan el devenir de una sociedad y son síntoma de lo virtuosa (o no) que  es una cultura.

Alex J. Packer, educador y psicólogo estadounidense, y autor, entre otros muchos libros sobre este tema,  de ¡Qué maleducado! Guía de buenas -maneras para adolescentes que quieren llegar lejos (Palabra, 2003), recuerda a Misión que “los modales son las costumbres que rigen cómo las personas se tratan entre sí y cómo se comportan en distintas situaciones”. Sin embargo, este aspecto social sólo es la parte visible, la punta del iceberg, de algo más profundo y que deja entrever cómo es esa persona. Según este experto, los modales están basados “en valores y virtudes como la amabilidad, la consideración y la gratitud; en ser sensibles y respetuosos con las necesidades del otro”. Virtudes que, aunque cambien los usos y costumbres, son “atemporales” y  “siempre importantes”.

Este buen comportamiento es  “una manifestación profunda del ser esencialmente social que somos las personas”. Así lo constata José Fernando Calderero, doctor en Filosofía y en Ciencias de la Educación, que ha dedicado su vida a la educación, como profesor, director de colegios y como decano en la UNIR.

“Los buenos modales son el aceite que hace que el motor que es la sociedad pueda rodar”

Virtudes que urgen

“Tener modales no sólo es bueno, es necesario. Es más que un lubricante en las relaciones sociales. En los motores se echa aceite para que las piezas funcionen bien y no se estropeen. Pues los buenos modales son este aceite que hace que este motor que es la sociedad pueda rodar”, agrega.

  Hoy se habla poco de buenos modales y sí mucho de lo que ahora llaman habilidades sociales, algo que se queda en el ámbito más superficial de las relaciones humanas. Las habilidades sociales nos ayudan a comunicarnos, pero no tienen el fin último de que lleguemos a amarnos. 

“¿Se puede ser una persona cautivadora y con grandes habilidades sociales y al mismo tiempo ser malo?”, se pregunta Calderero. Desde luego que sí. Por ello, llama a cuidar el  “fondo interior” del ser humano. “Debemos respetar a las personas, también a los animales y a los objetos, pero a lo que tenemos que llegar no es a respetar, sino a amar, porque el ser humano está hecho para amar”, sentencia este padre de 10 hijos y abuelo de 28 nietos.

Packer incide en este aspecto. Según explica, los modales no existen en el vacío y, aunque son un enriquecimiento indudable para quienes los practican, tienen un profundo impacto en los demás.  Incluso esas acciones que realizamos en lo escondido, como recoger basura del suelo sin testigos, son acciones que tienen consecuencias a nuestro alrededor.  “Estos modales provienen de valores y virtudes que reflejan tus creencias, y demuestran que es importante pensar en los demás. Estos valores son esenciales para construir familias sanas, entornos laborales armoniosos y sociedades equilibradas, pues suavizan las asperezas de la naturaleza humana y promueven el orden”, señala el psicólogo estadounidense.

Por todos los flancos

Sin embargo, Alex J. Packer afirma que estas virtudes están siendo frontalmente atacadas a gran escala y en todos los ámbitos. Se percibe en primer lugar en los propios gobiernos, cada vez “más autoritarios”, que no sirven a sus ciudadanos; en las empresas que se dejan llevar por la “codicia”; en las celebridades, estrellas del deporte e influencers que transmiten “comportamientos groseros, divisivos y vulgares”; en programas de televisión donde “la humillación se ofrece como entretenimiento”; y también –añade– “en nuestras propias vidas, donde las cortesías básicas se están convirtiendo en una especie en extinción”. 

El porqué de esto tiene, a su juicio, múltiples factores, algunos de especial relevancia. Destaca el ataque que sufren la familia y la educación por parte de  “agendas ocultas e ideológicas”. Este socavamiento ha propiciado que  “muchas personas hayan perdido la fe en instituciones religiosas, educativas y gubernamentales que promovían la responsabilidad social y los buenos modales”.

Hoy pocas familias practican  “los rituales mediante los cuales se transmiten los buenos modales de una generación a otra, pues los padres están menos involucrados y algunos han abdicado de su papel como educadores de modales, queriendo ser amigos de sus hijos en lugar de padres”. Algo que también tiene su reflejo en los colegios, con una educación igualitarista, donde el esfuerzo, la disciplina y el respeto brillan  por su ausencia.

Por otro lado, la cultura actual ha promovido un comportamiento individualista donde las personas “se sienten con derecho a la gratificación instantánea y están cada vez más desconectadas de la comunidad”. Las nuevas tecnologías han creado distancia entre las personas y anonimato y  “nos hemos convertido en sociedades muy centradas en el  “yo” y en el que el concepto de sacrificio por el bien común ha desaparecido”.

La cultura cristiana tiene que mostrar personas y hogares luminosos, alegres y atractivos

Sembrar modales

Frente a esta realidad, recuperar los buenos modales permite afrontar la crisis de valores que experimenta la sociedad. Calderero considera que, una vez que este mal ya está hecho, no hay que mirar tanto atrás sino más bien al futuro: urge echar la semilla para que este árbol dé fruto y la generación que viene pueda disfrutar de una educación que enriquecerá a toda su persona.

Una de las misiones principales es hacer ver que, frente a la vulgaridad, los buenos modales suponen un beneficio para ellos. “Los jóvenes con buenos modales destacan entre la multitud, obtienen confianza y autoestima de sus interacciones humanas. Es probable, además, que tengan buenos amigos, disfruten de relaciones saludables y sean valorados en sus entornos. Además, saber cómo actuar en todo tipo de situaciones genera confianza, lo que los ayudará a mantener la calma y el control ante situaciones estresantes”, añade Packer.

El papel de los cristianos

Y en este proceso de transformación la cultura cristiana tiene mucho que decir y los católicos deben tener un papel protagonista. Calderero destaca que “lo que el Señor quiere es que todos los hombres se salven, que lleguen al conocimiento de la verdad y que sean felices. Siempre pienso que si hemos sido creados para ser felices en la otra vida, tenemos que empezar a prepararnos en esta. Y para ser felices es necesario tener estos buenos modales que nos permiten ser correctos, afectivos o cariñosos”.

La cultura cristiana –agrega este veterano educador y autor de Los buenos modales de tus hijos mayores (Palabra, 2004)– tiene que caracterizarse por el hecho de que los propios creyentes, pero también sus hogares y sus propias instituciones sean “luminosas, alegres y atractivas”. Y para ello, hay que vivir el Evangelio, pues de él emanan todas las virtudes que permiten desarrollar de manera natural y no forzada estos buenos modales.

Todo se resume en el amor, que es lo que permite conocer al otro, ponerse en su lugar, sufrir con él, alegrarse de sus dichas, sabiendo que el compañero de trabajo, el transeúnte o el vecino del sexto es nuestro hermano.  Ya nos daba la clave Gandalf en El Hobbit: “Son las cosas pequeñas, los actos cotidianos de personas ordinarias los que alejan a la maldad. Los simples actos de gentileza y amor”.  

5 claves para modelar los modales en el hogar

La educación en buenos modales tiene en el hogar su primera escuela. El psicólogo estadounidense Alex J. Packer ofrece para Misión 5 claves que ayudarán a los padres en esta trascendental tarea.
1. Ser ejemplo. “La herramienta de enseñanza más poderosa es el ejemplo”, indica. Packer considera que “los niños aprenden observando el comportamiento de los demás. Si ese comportamiento es grosero, cruel, injusto, arbitrario o egoísta, eso es lo que aprenderán. Dada la grosería generalizada hoy, no es de extrañar que ellos sean descorteses”.
2. No herir. Packer recuerda que los padres tienen que “vigilar cómo se dirigen a los niños. “Ser padre es el trabajo más difícil del mundo, pero si ante un enfado expresamos nuestros sentimientos de forma hiriente (‘eres tonto’, ‘sal de mi vista’ o ‘por qué no puedes ser como tu hermana’) enseña pésimos modales”, agrega.
3. Enseñar. La educación en modales empieza desde la cuna. “Hablar de los malos modales no fomenta el mal comportamiento. En cambio, ayuda a los niños a reconocer por qué algunos comportamientos son educados y otros no. A menudo, los niños no reconocen la grosería, por lo que es importante analizar con ellos por qué un determinado comportamiento es grosero”. Y los padres pueden dar pautas generales para evaluar, antes y después de una acción, si lo que ha ocurrido es respetuoso o inapropiado.
4. Involucrar. “Incluir a los niños en ciertas actividades de adultos es una manera de modelar y enseñar buenos modales. Si llevas una bandeja de comida a un vecino, deja que tus hijos lo entreguen. Si haces voluntariado, llévalos contigo si es apropiado. Si recibes visitas, deja que tus hijos reciban los abrigos, se presenten u ofrezcan un refresco…”, señala este psicólogo.
5. Reforzar. Por último, Alex J. Packer señala que los buenos modales traen recompensas por sí mismos: respeto, gratitud, confianza o libertad… Por eso mismo –agrega–, “los padres deberían enfocarse más en reforzar los buenos modales que en señalar los malos. Hay que explicar explícitamente la conexión entre el buen comportamiento y los ‘privilegios’ que el niño disfruta”.