La enseñanza que prescinde de la memoria, otra desgracia con origen en el 68: cabezas sin cultura

ReL La revolución de 1968, en nombre del rechazo al «nocionismo», eliminó de la didáctica los ejercicios de memorización. Sin embargo, la lección que nos ofrecen los hombres de cultura, tanto los de tiempos antiguos como los modernos, es muy otra.

Lo argumenta Luigi Girlanda en Il Timone.

Un saber retenido no retenido es un saber perdido 

Como enseña la historia moderna, cada revolución lleva consigo algo de devastación. No solo en lo que concierne al número de vidas, que casi siempre la ideología de turno sacrifica en aras de la revolución, sino por el empobrecimiento humano y cultural que conlleva cada distorsión del orden natural y de la sociedad católica, que es su expresión máxima y sublime. 

San Pío X escribió al respecto palabras que son más actuales que nunca, incluso si hoy, a menudo, son eliminadas con vergüenza por parte de muchos católicos. «Ya no hay que inventar la civilización», escribía en la encíclica Notre charge apostolique, «ni hay que construir la ciudad nueva en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. Solo hay que instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus cimientos naturales y divinos y contra los ataques, siempre nuevos, de la utopía malsana, la revolución y la impiedad».

Entre los ataques más devastadores de la utopía malsana, por llamarla como San Pío X, está sin duda la revolución de 1968, último retoño de la modernidad y compendio de todas las revoluciones precedentes. El 68 llevó a cabo una peligrosa distorsión pedagógica y didáctica que, más tarde, tuvo efectos devastadores en el plano antropológico y cultural.

Ya no existen la poesía ni las rimas

Una premisa ideológica del 68 es la negación del pecado original y la consecuente afirmación, siguiendo las huellas de Rousseau, de la «bondad originaria del hombre». Al no existir una «naturaleza corrupta», la enseñanza no debe realizarse por transmisión porque el niño, al ser inocente, tiene en sí todas las potencialidades para autoformarse sin necesidad de un saber externo impartido de manera objetiva.

El saber no se transmite, sino que cada uno lo «construye» por sí mismo. Con estas premisas, el 68 elabora una didáctica en la cual se prohíbe, ante todo, aprender las cosas de memoria. «Abajo el nocionismo» es el eslogan en el cual se basa la crítica radical a un saber considerado estéril e insignificante.

Mayo del 68 en París.

Las revueltas estudiantiles de mayo del 68 en Francia fueron la cara visible de una revolución cultural más amplia y presente en todo el mundo, que ha afectado de forma decisiva a todos los aspectos de las relaciones sociales, y en particular a la educación.

Ya han desaparecido los ejercicios de memorización en la escuela primaria, ya no existen la poesía ni las rimas, ni las tablas de multiplicar o las fórmulas que hay que aprender de memoria. Al hacerlo, se ha condenado a generaciones enteras a la pérdida de sentido y el valor de la memoria, una facultad de la mente humana que, como ocurre con los músculos, si no se utiliza y ejercita acaba atrofiándose.

Un saber no retenido es, de hecho, un saber perdido. Lo enseñaba ya Dante, famoso por su extraordinaria capacidad mnemónica, en la Divina Comedia. Cuando Beatriz, en el canto V del Paraíso explica el valor sublime del voto, insta al Poeta a abrir la mente a lo que está a punto de decir y a fijarlo en su memoria porque «no es ciencia el oír, sino el retener lo que se oye»; entender, comprender, no basta para «dar ciencia», es decir para adquirir conocimiento, es necesario retener, mantener, detener en la mente (memoria)  lo que se ha comprendido. 

La riqueza que nadie puede quitar   

Son innumerables los ejemplos de hombres que han considerado vital, desde siempre, el aprendizaje de memoria de los contenidos fundamentales de la propia cultura y visión del mundo: desde Petrarca, cuya memoria proverbial es exaltada por Bocaccio, hasta Alfieri que, en su Vida, escribe: «Miles y miles de versos de otros hice entrar en mi cerebro».

En el De Bello Gallico [La guerra de las Galias], César escribe que los druidas aprendían «magnum numerum versuum», una gran cantidad  de versos, mientras el histórico y crítico Francesco De Sanctis, en el fragmento La Giovinezza, relata las competiciones de memorización con sus compañeros de estudios.

Todas las épocas históricas y todas las sociedades, a excepción de la nacida de la revolución del 68, han considerado vital para el hombre aprender de memoria los fundamentos culturales de la propia tradición e historia. No es casualidad que desde los albores de la humanidad las tradiciones orales -y, por ende, transmitidas mnemónicamente de maestro a discípulo- hayan tenido un papel decisivo en la transmisión del saber.

También en la formación de la Biblia hay, en origen, un núcleo de historias aprendidas de memoria y transmitidas oralmente de generación en generación.

Hoy, como antaño, los niños prefieren escuchar por boca de un padre o de un abuelo el cuento de hadas tal como ellos lo recuerdan en lugar de leerlo en un libro. Y suelen exigir que las palabras del cuento sean siempre las mismas, de memoria, noche tras noche. «Para el hombre medieval» escribe el italianista Francesco Bausi, «aunque se podría decir también para el hombre premoderno y, en general, para el hombre pre-digital, la memoria era el instrumento base del conocimiento y la vida».

La memoria como instrumento de vida hace volver a la mente la experiencia dramática de Primo Levi que en su obra Si esto es un hombre narra cómo enseñó la lengua italiana a un compañero de prisión partiendo, precisamente, del canto de Ulises del Infierno de Dante. Cuando el hombre es despojado de todo, como en un campo de concentración, siempre le queda la memoria.

Si Primo Levi no hubiera tenido grabados en la mente los versos de Dante (aprendidos probablemente de niño, cuando aún no entendía su hondura), no habría podido convertirlos en un tesoro cuando, en el campo de concentración, le despojaron de todo, salvo de su universo interior y su memoria. 

Si perdiésemos la agenda telefónica

Actualmente, algunos de lo más apreciados intelectuales y hombres de cultura, incluso de ambientes laicos, desean volver a una metodología didáctica que no demonice el uso de la memoria en el aprendizaje.

El caso mas conocido es el de Umberto Eco el cual, hace algunos años, desde las columnas de L’Espresso, escribió por Navidad una carta abierta a unos de sus nietos aconsejándole empezar a «estudiar de memoria». El famoso semiólogo subrayaba, entre otras cosas, el riesgo de una especie de sustitución indebida de la memoria humana con la digital. «El riesgo», escribía dirigiéndose a su jovencísimo nieto, «es que, como crees que tu ordenador te lo puede decir en cualquier momento, pierdas el placer de metértelo en la cabeza. Sería un poco como si habiendo aprendido que para ir de una calle a otra hay autobuses o metros que te permiten desplazarte sin cansarte (lo que es comodísimo y hazlo siempre que tengas prisa), pienses que así ya no necesitas caminar».

Parece realmente que la revolución del 68 ha acabado estando sometida al proeso de «heterogénesis de los fines»; es decir, se ha obtenido justo lo contrario de lo que se deseaba. En lugar de un saber interiorizado y construido, se ha obtenido un evanescente nocionismo de usar y tirar, impidiendo a las jóvenes generaciones retener y apropiarse de una verdadera cultura, condenándolas y relegándolas a una especie de presente sin pasado y sin futuro.

El filósofo francés Michel Serres ha reflexionado mucho sobre la relación entre tecnología y memoria y sostiene que, desde siempre, la evolución tecnológica ha ido en la dirección de una parcial subrogación de la memoria por parte de los artefactos. Esto vale tanto para los libros como para las memorias digitales. Pero, continúa Serres, si todo el peso del recuerdo es externalizado en las memorias digitales, se corre el grave riesgo de que en nuestra cabeza no quede nada, ni siquiera lo que sirve para «recordar» donde hemos colocado una memoria y como volver a recuperarla. Ha llegado el momento de tomar nota y  buscar soluciones. Porque ahora, si no tenemos la agenda del móvil, ya no somos capaces de llamar a nuestros seres queridos.